nota.
Islas de cemento (Origami Records, 2015), grabado por Dany Richter en El Lado Izquierdo (Madrid) y producido, mezclado y masterizado por Manuel Cabezalí; es la consolidación de un sonido que presume de buscar la mejor forma de expresión, que es origen y resultado de la experimentación, y que obliga a no dar nada por sentado. Havalina regresa con su quinto álbum de estudio después de más de dos años de espera, que se traducen en once temas que bien podrían funcionar como uno; dando forma a un disco que debe ser escuchado como leído en un libro: de principio a fin.
‘Cristales rotos sobre el asfalto mojado’ haría las veces de introducción; un camino progresivo y ascendente en el que la suma de volumen, ritmo e instrumentación te introduce a cada paso en el latir propio del último trabajo de Havalina; la repetición de la frase “no has visto lo que yo he visto”, en voz de Manuel Cabezalí, terminará por conducirnos a un estado de frenesí que se mantendrá vivo durante los primeros cuatro cortes del disco. Así se suceden ‘Islas de cemento’, ‘Un reloj de pulsera con la esfera rota’ y ‘La voz de él’; que dejándose descubrir se visten de contundencia rítmica y dejan que sean las guitarras las que terminen de escribir las letras de las canciones. Riffs que planean sobre el paisaje sonoro creado por Manuel Cabezalí, Javier Couceiro y Jaime Olmedo; y recreado en la mente de cada uno que de pronto se ve inmerso en una nueva dimensión gracias a estas canciones. Esta dimensión es presentada poco a poco. Con sonidos y elementos que conectan unas canciones con otras y funcionan como hilo conductor. Mientras, la oscuridad sigue adueñándose del contenido, con textos que en su mayoría son adaptaciones de Manual para conductores borrachos, libro de poemas escrito por J.J Cabezalí, cuando no son obra del propio Manuel Cabezalí.
Ya va siendo hora, se convierte en punto de inflexión. Un respiro, una toma de aire emocional que continúa con ‘El olmo centenario’, en el que Ignacio Celma (antiguo miembro de la banda), participa al piano y sintetizadores del mismo modo que lo hace en el tema que abre el disco, en ‘Luces’ y en ‘Ulmo’. La intensidad cede ante el detalle de quién conoce bien sus capacidades expresivas. Havalina consigue que pases de la adrenalina al sosiego y que la transición resulte lógica. El desenlace de Islas de cemento se resuelve con la pregunta-respuesta de voz y guitarra en ‘Donde’, el apremio y exaltación del virtuosismo de la dinámica de ‘Cementerio de coches’ y los más de ocho minutos de su continuación, ‘Lluvia en el cementerio de coches’, en los que se dibuja un recorrido por la versatilidad compositiva de Havalina. La última página es para ‘Ulmo’, despedida intimista a la par que grandiosa que pone fin a estos once relatos cortos, once canciones y una única forma de hacer música, que convierte al oyente en protagonista de una gran historia.